(Artículo publicado en diario “Información” el 13 de octubre de 2013)
Son poco más de las once de la mañana del miércoles y suena el
teléfono de mi casa. Nada más descolgar oigo: “Nena, eso que han hecho
esas chicas en el Congreso de desnudarse a mí no me parece bien. Es un
escándalo”. Es mi madre, que ha visto la protesta de las tres activistas
de Femen en el Congreso de los Diputados y se ha alterado. Mi madre es
una mujer católica, creyente y practicante, pero que no entiende ni
comparte las posiciones de la jerarquía eclesiástica en muchas
cuestiones. Y una de esas cuestiones es el aborto. Considera que es una
decisión tan íntima de cada mujer que le resulta incomprensible que
nadie pueda decidir en su lugar. Entiende que las mujeres no pueden
tolerar esas intromisiones y apoya, en ese sentido, las posturas que se
oponen a la contrarreforma de la ley vigente que abandera el Ministro de
(In)Justicia. Pero las formas le han molestado. Eso,
generacionalmente, y viniendo de una persona tradicional como mi madre,
lo puedo entender, aunque no lo comparto.
Pero nuestra conversación giró poco en torno a la forma de la
protesta, y fuimos directas al tema de fondo, no sólo respecto de esa
amenaza de recorte absolutamente ideológico, sino también de todas las
reformas que se están imponiendo desde este (des)Gobierno y su rodillo
parlamentario. Y en eso sí coincidimos plenamente mi madre y yo: lo
verdaderamente escandaloso es la situación en que este (des)Gobierno
está dejando a la población en general y a las mujeres, en particular.
Escándalo es que el terrorismo machista haya asesinado a más de
cuarenta mujeres y que ni los poderes públicos ni la sociedad en
general se escandalicen por ello. Escándalo es que el Código Penal que
quieren aprobar permita que la violencia machista no se llame por su
nombre, invisibilizando más esta epidemia. Escándalo es que los recortes
en sanidad lleguen al punto de aplazar las pruebas de detección precoz
del cáncer de mama e imponer el copago en los tratamientos por
enfermedades graves como el cáncer o la hepatitis. Escándalo es que se
hayan cargado la poquísima ayuda a la dependencia y que sean las mujeres
las que sigan apechugando. Escándalo es que pretendan financiar a
colegios que segregan por sexos. Escándalo es que haya que estudiar
religión pero no los valores para una convivencia pacífica y respetuosa
de la dignidad humana. Escándalo es que recorten pensiones y salarios
sobre los ya más bajos que cobran las mujeres. Escándalo es que haya
madres que no pueden alimentar a sus criaturas, por más que se les llene
la boca erigiéndose en protectores de la maternidad. Eso sí, y más, sí
son escándalos. No desviemos el foco
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