En
época de crisis, también es momento para la innovación, para repensarnos como
sociedad, para establecer prioridades y pensar en nuevos marcos de convivencia.
Pero
también para pensar en el campo de lo posible. La renta básica es posible, es
pagable, y como todo que esté en la agenda política, que la conozcamos, que nos
pensemos como agentes claves para replicar y dar a conocer sus impactos, hará
que sea algo cada vez más deseable para un nuevo marco social, de convivencia y
de entender las relaciones sociales entre nosotras.
La
aproximación que yo voy a hacer a la renta básica, es desde la economía
feminista. La economía feminista es aquella que trata de poner la vida en el
centro, es por tanto, que para hablar de economía feminista también tenemos que
hablar de bienestar. De mejora de calidad de vida, de tratar de buscar una vida
que merezca la pena ser vivida.
Podemos
pensar en cómo desde la Economía feminista debería ser una renta básica
ciudadana para que mejore las condiciones de las mujeres, y en ese sentido, que
vaya encaminada a una mayor igualdad de género. Los debates que ha tenido el
movimiento feminista en torno a la renta básica se han ido modificando en tanto
que el propio debate de la renta básica también ha ido calando en la sociedad.
Pero también incorporando las discusiones que se generan entre el feminismo de
la diferencia y el feminismo de la igualdad.
La
pregunta sería, ¿Puede la renta básica
tener un potencial para lograr una mayor igualdad de género? ¿Puede la renta
básica ser una política pública que mejore la calidad de vida de las mujeres?
Una
redistribución radical de la renta, ayuda a los eslabones últimos de la cadena,
que en muchos casos son mujeres, pero en cualquier caso, previo a esto me
gustaría abordar y aclarar tres cuestiones:
1.
Que hay que romper la falsa neutralidad de las políticas públicas.
Las intervenciones neutrales al género no existen. Existen las opacas. La
opacidad de género presupone que las actuaciones que han sido diseñados con el fin de beneficiar a
las personas en conjunto, sin que quepa distinción entre mujeres y hombres.
Esto implica que el sujeto beneficiario de las políticas públicas,
generalmente en un hombre blanco, heterosexual, clase media. Alguien que salga
al mercado de trabajo limpio, aseado, con tartera y con el traje planchadito.
Cómo y quién hace todo el trabajo para que salga así por la puerta de su casa,
no importa. Lo que el mercado quiere es que esté hecho.
No pensar en todos los procesos que tienen que ver con la reproducción
de la vida, hace que se quede fuera gran parte de trabajo de cuidados, gran
parte de ese trabajo es exclusivamente realizado por mujeres, y por lo tanto,
si las políticas públicas no se hacen pensado en este proceso, es que son
políticas públicas ciegas a la vida cotidiana del 50% de la población. Así
claramente tenemos estudios, el último de intermón Oxfan por poner un ejemplo,
que nos dice que el deterioro de los servicios públicos, los recortes en salud,
educación o dependencia están claramente relacionados con un incremento de
horas de trabajo doméstico y por ello en carga para las mujeres.
2.
Lo segundo que tenemos que tener en cuenta, es que no existe
ninguna política pública que vaya a resolver todos los problemas del estado
español, y que no se puede pretender que la RBU sea una medida totalizadora, en
el sentido que vaya a poder resolver todos los problemas, incluidos los de
desigualdad de género.
Ninguna política pública va a arreglar la desigualdad causada por
un sistema como el patriarcal, donde el privilegio de unos pasa por la
desventaja de otras.
3.
Pero que sí es necesario analizar los efectos. Es el deber desde
la economía feminista, y desde las personas que apostamos por una
implementación de una RBU qué efectos puede tener.
Algunos de los argumentos que me gustaría poner sobre la mesa, y a
partir de los cuales podríamos hablar de los efectos positivos visibles.
1.
Incremento de
la autonomía de las mujeres. La condición de la renta básica es que es UNIVERSAL e
INCONDICIONAL, por lo que permitiría a las mujeres pensarse como sujetos
activos. Pensarse para sí, que dirían las feministas. En parte, poder decir,
sobre cómo, cuándo, y cuánto tiempo quieren entrar en el mercado laboral.
Sabemos que la precariedad laboral, tiene rostro de mujer. La brecha salarial del 29%
nos ilustra esto. La brecha salarial tiene muchas caras, no sólo la de cobrar
distinto por el mismo puesto, que esto parece que se va reduciendo
considerablemente, pero si lo que tiene que ver con las jornadas parciales, que
están claramente feminizadas.
Pero también es relevante señalar aquí, qué tipos de puesto de trabajo tenemos las
mujeres. Somos las que tenemos puestos más bajos, peor remunerados, más
precarios, en la economía de rebusque. Esto es lo que podemos llamar el suelo
pegajoso (frente al techo de cristal) creo que es un concepto que cada vez más
representa la realidad de la precariedad femenina. Puestos de trabajo
temporales, con baja remuneración o con parte de la remuneración en b, sin
posibilidades de movilidad o de promoción, bien, parte de este problema, podría
tener cierta solución a través de una RBU.
2.
Es
fundamental desvincular ser garante de derechos con tener un empleo o ser
cotizante.
En este sentido, la implicación simbólica de ser ciudadana es fundamental. De
nuevo pensarnos como parte de la sociedad, salir de la casa, del espacio
privado. Poder participar como sujetas de plenos derechos civiles, de
participación, dejar de ser beneficiaras de... como ejemplo de lo que esto
podría significar.
3.
Mejora de las
condiciones materiales de las mujeres. Quiero incidir en algo que me parece clave y que el impacto
sería inmediato. 2/3 de las mujeres asesinadas víctimas de violencia machista,
no tenían interpuesta denuncia previa. Las estadísticas nos dicen, cuando se pregunta
a las mujeres, que si no tienen unas condiciones materiales para poder irse
(empleo/vivienda) es muy complicado dar el paso de interponer una denuncia. En
este sentido, creo que, a lo mejor, os parece un ejemplo algo extremo, pero que
pensemos en lo que significa mejora de condiciones de las mujeres también
tenemos que pensar en lo que supone tener recursos propios.
Estos serían para mí los efectos más visibles a la hora de lo que
supone una redistribución radical de la renta.
A pesar de todos estos argumentos que vendrían a confirmar la
deseabilidad de una RBU para mejorar la igualdad de género, el principal motivo
para no ser del todo optimista de los efectos de esta en la división sexual del
trabajo de cuidados y reproductivo es que no parece que genere un incentivo
claro para que los hombres ejerzan estos trabajos. Más allá de liberarles
tiempo, no es muy claro que fuera a darse una redistribución de otros dos
recursos fundamentales para lograr una mayor igualdad de género:
TIEMPO Y OPORTUNIDADES.
Estos dos recursos están muy unidos a quién se encarga de los
trabajos de cuidados y reproductivos. Para visibilizar lo que significa el recurso tiempo, podríamos decir que
según la Encuesta de Usos de tiempo de 2010 las mujeres dedican dos horas y
cuarto al día más que los hombres a las tareas del hogar. Esto implica que hay
un reparto desigual de los tiempos.
Pensar en el recurso
oportunidades, implica pensar en cómo las mujeres nos colocamos (o nos
colocan) en el mercado laboral, la última encuesta de Diversidad familiar y
estrategias de conciliación en de 2011
nos dice que el 35% de las mujeres andaluzas renuncia a ascensos para poder seguir
conciliando, que el 30% de andaluzas dejan de trabajar al menos los 2 primero
años para cuidar de sus hijxs y que el principal motivo de las andaluzas para cambiar
de trabajo es lograr un mejor horario que permita conciliar.
En este sentido, aquí es importante ver las reivindicaciones por
las que se apuesta en los convenios laborales de profesiones masculinizadas o
feminizadas, en los primeros, la negociación fundamental es en materia
salarial, mientras que en las profesiones feminizadas, los convenios laborales
se centran en la flexibilización de la jornadas, y tiempos disponibles. Esto
por otro lado, visibiliza claramente la idea de que las mujeres sabemos, nos
vemos predestinadas a entender la conciliación como algo casi exclusivamente
nuestro.
Pero esta RG, ha de ir vinculada a unos presupuestos que
garanticen la financiación de los
sistemas públicos de educación, salud, servicios sociales y dependencia.
No nos interesa ese modelo que nos venden en Davos, donde se
concede una renta monetaria a cambio de un desmantelamiento total del estado de
medioestar que nos queda.
Y por otro lado, forzar un cambio de paradigma, Pasar de la
conciliación a la corresponsabilidad, donde
se interpele a las empresas, al estado y los hombres a que entiendan que
LOS CUIDADOS SON UNA NECESIDAD SOCIAL, y que hay que democratizar las familias
y los tiempos dedicados a los trabajos reproductivos. Es necesario promover un
modelo donde se redistribuyan los tiempos y se fomente la corresponsabilidad. La
RBU tendría que venir sí o sí, acompañada de políticas que modifiquen
redistribución de los tiempos de trabajo de cuidados y que cuestionen los modos
de producir y vivir.
Para ello, las propuestas que consideramos necesarias, serían: la
financiación de políticas públicas que ayuden a la socialización del
cuidado y del trabajo reproductivo; Para ello, creo que necesario la
implementación de los permisos
parentales iguales e intransferibles. En una sociedad donde ni los padres
asumen su 50% del cuidado ni hay servicios de educación infantil adecuados, las
mujeres se ven obligadas a prolongar su permiso con excedencias, paso a tiempo
parcial o abandono total del empleo. Las mujeres que han dedicado unos años al
trabajo doméstico tienen muy pocas probabilidades de encontrar un empleo de
calidad cuando se reintegran, sobre todo a partir de una cierta edad. A falta
de cotizaciones, tampoco tienen derecho a la prestación de desempleo ni a las
pensiones contributivas de la Seguridad Social. Es cierto que una primera desigualdad que
tratan de paliar los permisos obligatorios e intransferibles es la del acceso
de los hombres a tiempo para el cuidado y la de que las criaturas no puedan ser
cuidadas por igual por ambas personas progenitoras. Pero una segunda importante
desigualdad es la discriminación que sufren todas las
mujeres en el mercado laboral y por ende en sus ingresos y prestaciones
sociales –por ejemplo en las pensiones-, y en sus posibilidades de desarrollo
personal, a lo largo de toda su vida, por causa de la maternidad. En última
instancia. Los permisos igualitarios suponen un reconocimiento del derecho al
cuidado y favorecen la independencia económica de todas las personas por
igual. Estamos hablando por tanto de una reivindicación que beneficia a los
hombres, a las criaturas recién nacidas o adoptadas, pero también a las mujeres
de forma muy importante.
La extensión universal del derecho a la educación de 0 a 3 años.
Garantizar plazas en escuelas infantiles públicas y con precio público y por
último, La corresponsabilidad mediante la flexibilización de los horarios
laborales
Pero a pesar de todo esto consideramos que es fundamental que
desde la perspectiva feminista se valore una medida como la RB, que tiene en su
núcleo la idea de ir más allá de la ética del trabajo tal como la conocemos. Que
permitiría abrir brecha en un modelo patriarcal, desigual e injusto como es la
familia tradicional.
Por último, y en la línea de esto último, voy a permitirme la idea
de construir un escenario en el que la renta básica universal estuviera
implementada y las consecuencias reales y casi inmediatas que esto tendría en
la calidad de vida de muchas mujeres.
¿Qué haríamos las mujeres si pudiéramos elegir alargar nuestra
baja de maternidad? ¿Seríamos mejores madres? ¿Habría una paternidad
corresponsable? ¿Se repartirían los cuidados en el hogar de otra manera?
¿Dónde militaríamos las mujeres si tuviéramos más tiempo? ¿Nos
iríamos en estampida de las AMPAS para entrar en movimiento antiglobalización?
¿Seguiríamos casadas? ¿Realmente se reducirían los asesinatos
machistas?
¿Qué pasa si las mujeres nos incorporamos al mercado empoderadas?
Algunas de estas cuestiones, se están discutiendo en algunos foros
feministas en torno a la huelga de cuidados del 8 de marzo. De muchas cosas no
tenemos datos, pero sí creemos que tenemos intuición, y sobre todo, algunas
ganas de provocar y llamar a la huelga, y por lo tanto, podríamos apuntar
algunas cuestiones.
Si las mujeres tenemos una autonomía económica, propia y
garantizada, tenemos más capacidad de elegir. Eso creo que no sería discutible.
Actualmente nuestras vidas están determinadas por la necesidad. Dedicamos
casi toda nuestra energía diaria y casi todo nuestro tiempo a la búsqueda de
recursos para sobrevivir. La mayor parte de las horas que
pasamos despiertas en nuestra vida las empleamos en producir y en estirar el
presupuesto para llegar a fin de mes.
Algunas cosas que creo que implicaría esto. Se reduciría
claramente el acoso laboral. Perderíamos el miedo a denunciar el acoso sexual, perderíamos
el miedo a ser despedidas o reubicadas en puestos ajenos a nuestras destrezas y
conocimientos. Ninguna mujer tendría que mantener relaciones sexuales con sus
jefes para conservar el empleo.
Tendríamos más tiempo
para acumular conocimientos, para participar en movimientos sociales y
políticos, para organizarnos colectivamente y colaborar en el barrio, o en la
comunidad de vecinas. Podríamos dedicar muchas horas a mejorar y a cambiar el
mundo desde los movimientos sociales y políticos.
Con tanto tiempo para nosotras, podríamos dedicarnos a sacar
adelante proyectos colectivos, a defender nuestros derechos, a acabar con la
violencia machista, con la discriminación y la desigualdad. A transformar nuestra
alimentación, nuestras ciudades, nuestra crianza y educación, nuestra relación
con la naturaleza y los animales, nuestras formas de organizarnos política y
económicamente.
Lo tendríamos más fácil para huir de casa si sufrimos abusos
sexuales o malos tratos por parte de padres, hermanos o maridos. Podríamos
elegir libremente vivir solas o en familia, con amigas o con colectivos de
gente como nosotras.
La maternidad sería elegida: sólo vendrían al mundo bebés
deseados. Se cuestionaría desde ahí el privilegio de quien exige que se regulen
los vientres de alquiler.
La crianza y los cuidados de familiares con
enfermedades, con discapacidades, podrían serían compartidos por toda la
comunidad, y así dejarían de ser una obligación exclusiva para las mujeres.
Todas y todos tendríamos que aportar un tiempo de nuestras vidas a cuidar (nos)
y a ser cuidadas.
Con una renta básica universal, nuestra vida sexual y emocional
experimentaría una mejora inmediata. Nuestras relaciones podrían construirse
desde la libertad, no desde la necesidad. Podríamos juntarnos y separarnos con
más facilidad, y nos amaríamos desinteresadamente. Ninguno de las implicadas en
las relaciones tendría que someterse al otro, depender del otro, dominar al
otro. Podríamos aprender a querernos bien, a cuidarnos amorosamente, a
tratarnos con empatía y ternura, y a separarnos con amor.
Podríamos construir relaciones más igualitarias, y querernos desde
el compañerismo, dejando a un lado las relaciones de dominación y sumisión que estamos
acostumbrados a construir.
Las mujeres no tendríamos que vivir del salario de un hombre. No nos
veríamos tan atadas a relaciones de malos tratos, porque nuestra supervivencia
no se vería en peligro: con un salario universal, sería más fácil salir de la rueda de la
violencia.
os hombres perderían su papel de proveedor
principal de recursos al hogar, con lo cual dejarían de ser imprescindibles.
Tendrían que situarse al mismo nivel que los demás miembros de la casa, puesto
que todos aportarían a la economía doméstica la misma cantidad de dinero
gracias a su renta básica.
Tendríamos mucho tiempo libre para nosotras mismas, para nuestros
proyectos, para nuestras pasiones. Podríamos disfrutar mucho más tiempo del
amor en pareja, de los amigos y las amigas, de las familias a las que
pertenecemos, de la soledad. Podríamos ahorrar para viajar, para solidarizarnos
y colaborar en las causas que creemos. Podríamos estudiar carreras, oficios,
saberes y prácticas: deportes, arte y artesanía, música, idiomas, ciencias
puras, ciencias sociales, literatura, programación, agricultura, jardinería,
baile…
Llevamos ya muchos años reivindicando
que lo personal es político y que hay que buscar otras formas de organizarse,
de producir, de reproducirse, y de relacionarse. Sigamos soñando, pensando
y debatiendo sobre el papel de la renta básica en los enormes cambios que
podríamos conseguir luchando por la autonomía de las mujeres y la economía de los cuidados.